Puede que no suene tan atrayente como el asistir al nacimiento de un bebé ballena—pero los cuentacuentos marroquíes son los últimos supervivientes de una tradición que ha acompañado al hombre desde el principio de los tiempos—y, como las ballenas, su oficio está ahora en riesgo de extinción.
Asistir a la actuación de un cuentacuentos, contemplar sus gestos y sus expresiones faciales, las modulaciones de su voz—un arte muy ritual y sujeto a complejas reglas no escritas que precisan de años para ser dominadas—es una experiencia que trae de vuelta a los placeres primigenios de la humanidad, cuando hombres y mujeres se reunían alrededor de la hoguera para escuchar las viejas leyendas. Y es una experiencia que, por desgracia, podría muy pronto no estar disponible.
En los años 70, había unos veinte cuentacuentos en Marrakech; más aún, todas las grandes ciudades de Marruecos—además de muchos de sus pueblos—tenían también los suyos. Estamos hablando de un oficio que, en esos momentos, se había ya extinguido en Europa casi dos siglos antes.
Actualmente, se cree que no quedan más de tres o cuatro cuentacuentos en Marrakech, y quizás menos de ocho en todo el país—todos ellos hombres viejos, y sin discípulos. Al menos mil años de narrativas orales, de infinitas variaciones, de leyendas y mitos jamás contados igual, de secretos para capturar la atención y códigos para pasar información de una generación a la siguiente, están probablemente llegando a su fin en nuestra era, demasiado absorbida por la televisión como para preocuparse por ello.
Como el famoso escritor y residente en Marrakech Juan Goytisolo ha dicho, ‘es importante comprender que la pérdida de un solo halaiqi (cuentacuentos) es mucho más grave para la humanidad que la muerte de 200 autores de best-sellers’.
Merece la pena recordar que la única razón por la cual la UNESCO declaró Djemaa el Fna Patrimonio de la Humanidad no tiene nada que ver con su arquitectura o sus monumentos (de los que carece), sino con el hecho de que es uno de los últimos lugares del mundo donde las antiguas narrativas orales (algunos de los cuentos que pueden oírse en la plaza incluso muestran rastros de mitos griegos casi desconocidos excepto por los expertos) siguen siendo representadas.
Juan Goytisolo me contó la historia de Sarouh, uno de los cuentacuentos más famosos de Djmaa el Fna, ya fallecido, y la reproduzco aquí porque creo que es una buena indicación del maravilloso sentido del humor que es una de las características fundamentales de la plaza, y también porque nada causa más placer a un cuentacuentos que el devenir parte de una historia él mismo, tras la muerte.
Sarouh era un muchacho muy fuerte, un campesino, y tenía una voz muy hermosa. Llegó a Marrakech en los años cuarenta del siglo pasado, buscando trabajo. Al no encontrarlo, hambriento y sin dinero, decidió cantar los versos del Corán en la plaza a cambio de unas monedas, pero nadie le prestaba atención. Durante tres días cantó, pero la gente pasaba a su lado sin detenerse ni dejar una sola moneda en su sombrero, mientras Sarouh se sentía más y más hambriento.
Al cuarto día, Sarouh estaba desesperado. Cantó y cantó tan bellamente como pudo, sin obtener ningún resultado. Era como si no existiera. Un campesino bereber pasó junto a él, montado en un asno, casi atropellándolo. Ciego de furia Sarouh levantó al asno y a su jinete encima con sus poderosos brazos, como si no tuviesen ningún peso. No hace falta decir que el burro, no habiendo jamás imaginado a un hombre capaz de desplegar tanta fuerza, comenzó a rebuznar aterrorizado, lo que hizo que toda gente alrededor se diera la vuelta para ver qué pasaba.
‘Idiotas!’ gritó Sarouh indignado, fuera de sí ‘he estado cantando las palabras de Dios durante cuatro días sin que me escuchaseis, y ahora os detenéis a oír rebuznar a un asno?’
El regocijo general que siguió a este comentario fue el principio de la popularidad de Sarouh en la plaza. Con el tiempo se convirtió en el cuentacuentos más famoso y original de Djemaa el Fna, hasta el punto de que la gente venía desde los rincones más remotos del reino sólo para escuchar sus relatos.
Sarouh dejó un discípulo, ahora un hombre muy viejo, y uno de los últimos cuentacuentos que quedan en Djemaa el Fna.
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