Retomamos la actividad de nuestro blog para traeros un pequeño escrito que nos ha regalado Pedro Mota, uno de los viajeros de la Ruta del Okavango de este verano con Kananga. Este texto es un pequeño resumen de un extenso diario que ha publicado durante las últimas semanas en nuestra página de Facebook. Un trabajo magnífico que ilustra sus experiencias y aventuras en África.
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Los viajes comienzan en los aeropuertos y se sostienen en los momentos.
Salimos de Madrid y Barcelona, en Londres nos juntamos los 19 y por la puerta del control migratorio en Victoria Falls ya salíamos en fila, charlando y preguntándonos los nombres. A partir de ahí poco a poco hacia la felicidad.
Los primeros momentos son de tanteo, a la mesa te sientas con los más cercanos, los viajes en 4×4 reproducen la distribución de los aviones, hasta que la segunda noche duermes al aire libre en el salar, bajo las estrellas, uno al lado del otro, después del primer brindis, del primer fuego, de las, estas en plural, primeras botellas de Amarula.
A los dos días se nota que sólo nos diferencia una cosa, los que ya hemos estado en África y los que no. Para el que es su primera vez todo le parece poco, vive en un estado de permanente de ansiedad, lo quiere ver todo y ya. Pero eso se cura, con píldoras, una tarde viendo suricatos, una noche al borde de una charca con los elefantes acercándose para abrevar, el paseo en avioneta sobrevolando el Delta del Okavango a la altura mínima y con las máximas condiciones de luminosidad para disfrutar. Entonces todos nos relajamos, juntos empezamos a disfrutar de muchos otros momentos a los que a lo mejor no les das tanta importancia, en la isla, esperando para cenar a la luz de los frontales comenzamos a cantar, a reír, a bailar, en ese momento, a los tres días, somos uno solo, dispuestos para la fiesta con los mekoreros, a ganarles en la broma, en el baile y en la canción. ¡Sarandonga!
Buena culpa de todo esto la tiene Antonio Chamorro, nuestro guía Kananga. Es el lubricante que necesita el grupo para que todo discurra como la seda, flexible y astuto. Durante todo el viaje su principal labor es hacer pedagogía sobre lo que es África, que son inevitables los retrasos, las averías, los olvidos; y recordarnos que es un recorrido el nuestro en ascenso, suave al inicio, para poco a poco coger velocidad y terminar en una montaña rusa que comienza viendo comer a un leopardo en lo alto de una rama, descubriendo a una familia de leones desperezarse en una sombra para luego ver jugar a los cachorros con papa león, el rey con toda su melena, o disfrutando de una familia de elefantes cruzando a nado un brazo del Okavango en el P.N. Chobe y de los que en un momento dado sólo asoman las trompas. La línea de meta son las cataratas Victoria Falls, descubriéndolas primero a pie y luego sobrevolándolas en helicóptero.
Pero en este safari de 16 días las mejores piezas que nos hemos cobrado son las que aparecen junto a nosotros en las fotografías de grupo, en ellas están Javier y Mariangeles, con su sentido del humor, dando y recibiendo durante todo el viaje. Ana, que se nos junto ya en destino y a la que dejamos allí, siendo como es parece increíble que sobreviva dos días seguidos en África y llevaba allí varios meses. Fran, que ha tenido el valor de ir de vacaciones con sus padres, que a su edad tiene mérito, pero claro, luego conoces a Xavi y a Raquel y entiendes que el chico no quiera irse nunca de casa. Pere y Paqui, el ying y el yang, esas personas en las que la generosidad y la amabilidad es la norma, y eso, hoy, sorprende. Pitu y Cani, la sonrisa, el buen humor y la experiencia en África, que eso se valora mucho, como en Silvia, veterana en este tipo de viajes y que es toda discreción y disciplina. Javi que resulta ser una especie de alma gemela, pero con pelo, amor compartido por la fotografía, por los pájaros, por el Amarula. Joana y Pedro Tomas, imprescindibles, como todos, pero la vista de ella y la gracia de él les han hecho acreedores de todo nuestro amor durante el viaje. El cupo vasco, junto al guía, y de Donosti, como él, Isabel y Begoña, como el pil-pil, la mejor salsa, necesaria para ligar los mejores platos; Miquel y Ángela, nuestros niños grandes, felices rebozados en la arena bajo una montaña de chiquillos. Finalmente, Ángeles, gracias por seguir viajando conmigo.
Pedro Mota
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