El viajero que un día siente la llamada africana en su corazón, pronto descubrirá un continente rico en culturas, fauna única y paisajes espectaculares; una tierra de gente cálida y humilde que nos recibe siempre con grandes sonrisas. El viajero aprende, ante todo, una lección de vida porque la primera imagen que tuvo de África fue muy diferente y cargada de connotaciones negativas: guerras, enfermedades, desigualdad, pobreza…
No se trata de ocultar esas realidades, pero sí hacerle justicia a un continente que poco a poco se pone firme ante sus debilidades y a la vez, sin saberlo, nos supera en muchas otras cuestiones bien variadas, desde la equilibrada dieta de algunos pueblos ancestrales hasta la que nos interesa hoy: la conservación del medio ambiente. África sabe que tiene un tesoro natural y ha aprendido (debía hacerlo) a respetarlo y mantenerlo. Para ello pagamos un precio para acceder a los parques nacionales o para ver a los últimos gorilas de montaña, en peligro de extinción, entre otras medidas para recaudar fondos con fines de manutención y conservación. ¿Y qué si estas medidas se han desarrollado en base al turismo? África es el ejemplo de cómo el sector turístico puede abrir los ojos y beneficiar al hombre protegiendo la flora y fauna de un territorio.
Pero no todo es por el turismo. Y es que el continente africano es especialmente vulnerable a los efectos del cambio climático global por diferentes factores, entre ellos muchas actividades del propio ser humano. Los residuos, los niveles de polución ocasionados por los diversos medios de transportes y la llegada de fábricas son algunos de los principales problemas. No es fácil cambiar un estilo de vida: supone mucho esfuerzo, muchas críticas, mucho presupuesto.
Pero no es imposible. Medidas como la anunciada por el gobierno de Kenya este agosto sobre la prohibición del uso de bolsas de plástico demuestran que sólo hace falta decir basta (y aplicar penas de uno a cuatro años de prisión y multas de hasta 32.000 euros por usar bolsas de plástico en el país).
Una de las normativas más radicales contra la contaminación que ya funcionaba en Rwanda y con la que se estima que se evitarán el deshecho al mar de 100 millones de bolsas plásticas cada año. Si tenemos en cuenta que el ser humano arroja anualmente cinco mil toneladas de plástico a los océanos, esta medida significa una gran toma de conciencia a favor de la vida marítima, de la tierra y de la calidad de vida de los habitantes. De nuevo, una evidente lección para los países denominados “desarrollados”.
Kananga espera colaborar junto con vosotros, viajeros, haciendo de este mundo un mundo mejor; aportar nuestro granito de arena, dejar fuera de las maletas las bolsas de plástico…. Y con un poco de suerte, tomar ejemplo para la vuelta y empezar a cambiar las cosas.
1 comentario
Muy buena reflexión!! Concienciémonos, que sólo tenemos un mundo!! Gracias por compartir, Kananga.